Hace años estudié botánica. En esa época aprendí algo que me dejó maravillado: Las semillas que se dispersan por la tierra, dejan que la hojarasca, la tierra y el humus las entierre…. Y allí esperan a la primavera para germinar. Nada nuevo, esto lo puede saber cualquiera. Pero algunas de estas semillas, tienen la “sabiduría y paciencia” de esperar… si “sienten” que no lloverá lo suficiente, esperan un año más…. Si “sienten” que hará demasiado frío vuelven a esperar otro año más... y otro…y otro… hasta décadas enteras pueden esperar, latentes, bajo la tierra, sin germinar, esperando a que las condiciones sean las óptimas para su desarrollo… Y cuando por fin germinan, lo hacen con el vigor de quien sabe con el corazón que ha elegido lo mejor.
No es mi caso. Lamentablemente, los humanos de estas últimas generaciones nos hemos distanciado mucho de esta “sabiduría instintiva y milenaria” que un día sí tuvieron nuestros ancestros. Y yo no soy ninguna excepción. Pasé mi niñez y juventud en medio de violentos embates de la vida, el tiempo y las exigencias de la sociedad. Por muchos años sentí estar donde y cuando no debía. La vida me golpeaba por todos los costados mientras mi consciencia y experiencia caminaban a trompicones. Saboreé el frío acero de la traición, tragué por demasiado tiempo las ortigas de los insultos y desprecios, fui vapuleado durante años por aquellos cuyo fin inicial y último era hacer daño gratuito. Y una cosa aprendí: hay gente mala por el mundo.
Más tarde, estudié algo de psicología, y descubrí una palabra clave: “Autopoyesis”, la capacidad que tienen todos los organismos vivos, (y yo aún lo estaba), de salir a flote aún en las peores situaciones; algo así como “parirse a sí mismo”, crearse a sí mismo, desde un punto de vista biológico, psicológico y existencial.
Cuando descubrí la Biodanza, pude comprender que aquellas semillas pacientemente intuitivas y la autopoyesis estaban vinculados, y sí…. ¡ese sí fué mi caso!.
Con el tiempo y Biodanza descubrí que si te sientes mal en un contexto, en un lugar, siempre hay personas y lugares que esperan por ti, aunque no lo sepas. Descubrí que la vida puede ser un camino de espinas dolorosas o un sendero de pétalos y caricias. La diferencia depende de tu mundo de adentro, no del mundo de afuera. ¡Y es posible escoger! Descubrí que el desprecio y la descalificación no sirven ni para uno ni para el otro. Y que si hay personas malas por el mundo, es porque no han tenido al auténtico y gozoso privilegio de tener la evolución y el despertar que yo sí he tenido.
Ahora, en plena y feliz madurez, aprecio la botánica y la psicología, pero mucho más aprecio a esa ciencia que me sirvió de nexo de unión entre las dos, la Biodanza. Donde cualquier persona puede encontrar las claves de la vida… aquellas que, creamos o no, en algún momento de nuestra infancia perdimos irremediablemente.
En León, enero 2020
Jesús Martín